"No me quites mi
duelo…Es la manera en que la
Naturaleza sana un corazón roto”
Doug Manning
Hoy me gustaría hablar sobre mi último día en
el nivel I; fue un día duro porque falleció uno de nuestros pacientes y, aunque
la muerte suele estar presente en nuestro trabajo en innumerables ocasiones, nunca deja a uno
indiferente.
Se trata de una paciente de 88 años que
ingresa por infección respiratoria, a lo largo de la mañana su situación va
empeorando llegando a una saturación por
debajo del 60%, con frecuencia cardiaca
que pasó de 140 a
90 y la TA 70/50. Se comunica a la
familia el estado crítico de la paciente y se les autoriza para que permanezcan
junto a su ser querido en estos últimos momentos de vida. La familia formada por
un hermano- también mayor- que se
muestra muy afectado y declina quedarse,
supongo que por los miedos y
temores que ocasiona vivir la cercanía de la muerte; nos dice que hagamos todo
lo que esté en nuestras manos y se
marcha quedando junto a ella : su
cuidadora personal (de origen rumano) ,otra enfermera y yo. Al cabo de pocos
minutos se produce el fallecimiento. La cuidadora nos manifiesta si hemos observado cómo en sus últimos momentos había
abierto la boca y el alma había abandonado el cuerpo. Qué puedo decir.... ¡quedamos
sorprendidas!
El fallecimiento de mi paciente hace que hoy aborde en este diario un tema muy difícil
y complejo: el de la muerte y los
temores, creencias, reacciones y
sentimientos que genera a la gente en general y a nosotros como profesionales
sanitarios, en particular, que convivimos a diario con ella.
La muerte junto con el nacimiento son los dos
acontecimientos de la vida que más impacto emocional generan, tanto en la
propia persona como en su familia y en las personas que los atendemos. Pero es
la muerte la que tiene unas connotaciones y sentimientos negativos porque se
vive "como algo extraño, imprevisto, que trunca la vida y por ello tiende a silenciarse, a negarse; no
está incorporada a nuestra vida, sino que es un accidente. Esta negación también está presente en el ámbito
sanitario donde se vive con frustración y fracaso cada vez que perdemos a un
paciente. Desgraciadamente no se nos
enseña ni a vivir ni a reflexionar sobre la muerte. Hablamos siempre de ella lo
menos posible y desde una perspectiva muy lejana a nosotros, tan lejana que
siempre pensamos que “eso” no nos tocará, la rechazamos como se al negarla no
formara parte de nuestras vivencias cotidianas y esto nos acaba haciendo mucho
daño.
Nos dicen que tenemos que asumir la muerte
como un fenómeno natural e inevitable
puesto que si no lo hacemos así, no tendremos los instrumentos
necesarios para ayudar en el proceso de duelo saludable a pacientes y familiares
y mucho menos para ayudarnos a nosotros mismos en ese proceso, pero en realidad
¿estamos nosotros, como seres humanos, preparados para hacer frente a las situaciones
de duelo? ¿Qué preparación hemos recibido para ayudar al otro a superarlos?
¿Quién nos ayuda a nosotros a superar nuestros propios temores? Porque las enfermeros/as formamos parte de la
sociedad y participamos de las formas de vida, valores y de los tabúes que hay
en ella y tener que enfrentar el dolor emocional de un paciente y el
sufrimiento que su próxima muerte provoca en la familia nos expone a vivir
nuestros propios temores, nuestra vulnerabilidad y limitaciones, a veces no los
queremos reconocer y tratamos de protegernos ocultando cualquier manifestación
de compasión, de sensibilidad o de tristeza. Pero como bien sabemos, no existe
ninguna vacuna contra la inseguridad y los miedos; habrá ocasiones en las que
uno se enfrentará valientemente a ellos y otras en las que desearía escaparse y
no estar allí en ese momento.
Cada uno vive la muerte de una forma distinta,
para mí el acompañar a la persona en sus últimos momentos es una experiencia
conmovedora; ayudarle a que se vaya en las mejores condiciones posibles, estar
a su lado y vivir todo el proceso…es sencillamente algo hermoso. Sin embargo,
también se crea en mi interior un sentimiento de controversia, pues no dejo de
albergar un sentimiento de impotencia, concretamente en este caso, viendo como
sufría en sus últimos momentos y lo sola que estaba, pensé que esos últimos
instantes deberían de ser sólo para vivirlos íntimamente el paciente y la
familia, para que le cojan la mano y le
transmitan su amor y su cariño a través del tacto y las palabras. Así es como
creo que alguien debería morir, siempre rodeado de los suyos.
El acompañar al paciente y a la familia en
estos últimos momentos es para mí una de las experiencias más gratificantes que
he vivido y que no cambiaría por nada. Ayuda y reconforta mucho en esta
profesión sentir el agradecimiento que te expresan tanto familiares y pacientes
tan solo con una mirada o con un gesto… Y eso es suficiente para sentir que esa
opción de vida, que un día elegí, me llena y satisface plenamente.
En lo que respecta a los cuidados al final de
la vida tiene una gran importancia la comunicación que se establece con el paciente
y su familia ya que de ella depende muchos de los cuidados que tenemos que
proporcionar: confianza tranquilidad, información. Pero a veces sucede que
cuanto más se acerca la muerte, no sabemos qué decir, como actuar, nos sentimos
inseguros porque los grandes interrogantes del paciente en relación con la
muerte también son los nuestros. Pero el paciente, lo que en realidad necesita
es nuestra presencia, nuestra actitud de escucha y, a veces, nuestro silencio,
porque también a través del silencio se comunica. Los gestos, las miradas o las
sonrisas comunican, a menudo, mucho más
que las palabras… sobre todo cuando de hablar de emociones se trata. Sólo es
necesario aprender a “oírlas”.
Quiero también hacer una pequeña mención a las
creencias personales, pues aunque uno puede no compartirlas, las respeta,
porque sabe que ejercen en las personas que las tienen una influencia muy
positiva como apoyo y esperanza en la aceptación de la enfermedad y muerte y en
la elaboración del duelo.
El papel de la enfermera ante la muerte se
relaciona con el alivio del sufrimiento, pero… ¿qué tipo de sufrimiento? Nos
acercamos sólo al sufrimiento físico y los sentimientos y las emociones… las apartamos. Nuestra labor
es también paliar la angustia espiritual
y el dolor psicológico además de atender las necesidades de tipo
fisiológico. Ya sabemos que trabajar en
un contexto de pérdida como es el proceso de morir, implica convivir con
emociones que nos dejan huella y que se necesita mucha entereza y que incluso
así, hay cosas que golpean, afectan y
conmueven demasiado, pero la bata blanca
no puede representar nunca un símbolo de
distancia ni una armadura emocional que limite nuestro
contacto con el paciente y lo reduzca solamente a la atención de unos síntomas.
Sólo actuando desde la humanidad tomará
sentido nuestra profesión.
Bibliografía:
Maza Cabrera M, Zavala Gutiérrez M, Merino
Escobar JM. Actitud del profesional de enfermería ante la muerte. [Online]. Ciencia
y enfermería XV (1): 39-48, 2008. Consultado el 20/1/2013. Disponible en: http://www.scielo.cl/pdf/cienf/v15n1/art06.pdf
Realmente muy emotivo Claudia. La expresividad es realmente buena, excepcional. Un tema del que mucho se ha hablado y se hablará. "bonita reflexión"
ResponderEliminar